Me despierto. Allí estas, durmiendo todavía. Te miro y
pienso todo el tiempo a cómo llegamos a este momento tan deseado por los dos,
buscado, necesitado.
Dos cuerpos que se unen con fuerza, locura o algo que es imposible
de calificar con palabra alguna. Solo somos dos seres, tal vez, que se quieren
y sienten la crueldad de estar juntos.
Te vuelvo a admirar y registro tu sonrisa pícara acompañada
de aquel rostro algo pálido con ese cuerpo lánguido, perfecto. Aún seguís dormitando, yo en cambio ya no
puedo recostarme. Mis emociones perduran a flor de piel.
Es una mañana de enero apasionada, con el frío en las
afueras y el calor por dentro. París está más bello que ayer.
Pasa el tiempo y tus ojos me dicen un hola tímido que
preguntan como estoy. Mi respuesta fue clara, precisa: Viva, volví a vivir. Me
encantaría que compartamos el mismo estado.
No te alertes, se comparte todo el tiempo. Yo también me
encuentro así, pleno.
Esa fueron tus palabras que lograron llenarme-por si algo me
faltaba- de placer.
Nos reímos, besamos y soñamos que se puede aquello que tanto
queríamos los dos.
El té espera por ser tomado y Francia por que se recorra,
con sus calles colmadas de nieve.
De fondo suena tu voz, tu música, aquel disco que posee las
más apreciadas canciones.
Todo parece normal o se intenta que sea así. Igual no
importa ahora eso, solo basta saber que se produjo el encuentro, que por fin se
unieron aquello cuerpos que yacían escondidos en algún lugar de esta hermosa
ciudad.
“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos"escribe
Cortázar y como soles decir, esa frase es nuestro reflejo.