domingo, 31 de julio de 2011

Tu fotografía


Tu  fotografía guardada como un tesoro en aquella mesa de luz.  Trae consigo recuerdos, imágenes que no logran esfumarse.
Tal vez, yo soy la culpable de que no se borren, de que estén latentes cada vez que reviso aquel cajón.
Desee en gran abundancia que se marchen, pero no puedo. “El corazón no entiende de razones” ¿algún día podré eliminarte de forma definitiva? No lo se, aunque me encantaría saber que pasaría en el futuro.
Miro tu fotografía y pienso en aquella mañana en la cual dijiste tu sueño. Si, aquel de envejecer juntos, de disfrutar del aroma a familia que suele habitar en una casa, la alegría de niños corriendo por el jardín repleto de jazmines como a vos tanto te gustaba.
A veces, quisiera poder adivinar el destino, cambiarlo o retroceder las horas y minutos vividos para volver a intentar aquello que no funciono, corregir los errores cometidos y disfrutar de esos momentos.
Tenía ganas de llamarte, de saber que es de tu vida, contarte de la mía, escuchar por un segundo tu calidad voz, sentir que no estabas lejos; pero no pude, el virus del miedo fue aún mayor que mis ganas y lograron atraparme.
Nunca olvidare aquel doce de agosto donde me dijiste que te marchabas, que te encontrabas cansado de esa vida que llevábamos. Tus palabras fueron fuertes. Estallaron como un puñal en aquel corazón que empezaba a debilitarse lentamente.
Las relaciones son de a dos. El amor debe ser recíproco, eso dicen.
Ahora, que ya casi tras curre un año del adiós, me doy cuenta. Tal vez por eso me duela aún más.
En este momento entiendo que en tu fotografía del futuro no estaba yo como protagonista.
Por eso, no se trata de que me agarrara el virus del miedo, sino simplemente de no querer ponerle una mancha de masoquismo a mi gris domingo.
Sería lindo escuchar tu imponente voz, pero no estoy preparada para saber de tu nueva vida.
En la calle el frío no se deja escapar y la nieve se asoma cada vez más.
Yo, en cambio, disfruto del calor del hogar, los leños y un buen chocolate caliente. Intento sumergirme en la lectura, aunque me sea imposible: tu fotografía no se esfuma.
No importa, estoy decidida. Abriré aquel cajón de la mesa de luz y tiraré tu foto, ya se, puede sonar tonto, no me interesa.
Así es que voy. Busco la imagen, la miro por última vez y llego hasta tacho de basura para arrojarla allí. Para intentar tirar también, mis sentimientos y olvidarlos de una vez.
Me despido de ella una vez más, hasta que suena el teléfono:
-Hola Lucia, soy Marcos. ¿Cómo estas?
El llamado logro que detuviera lo que estaba por realizar. La fotografía volvió hacia donde estaba: aquel cajón de la mesa de luz.
Mal escrito, por la autora de este blog.

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